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Cuando el Estado le otorga ayudas al sector productivo no está asistiendo exclusivamente a “los potentados” sino a todos aquellos que ganan un sueldo, que tienen un empleo, que le venden insumos a una gran corporación, que transportan mercancías o que comercian con los artículos producidos por un tercero. Esto ocurre, precisamente, porque unos individuos emprendedores decidieron, en algún momento, arriesgar sus capitales —dinero de sus propios bolsillos, o sea— para invertirlos en una empresa. Su primer propósito, en su condición de inversores, era obtener un beneficio, desde luego, pero, a ver, ¿no es eso, el lucro, lo que busca toda la gente? El vendedor ambulante, el propietario de un pequeño puesto de tacos, la dueña de un saloncito de belleza, el taxista y el mismísimo emigrante que lo arriesga todo para afincarse clandestinamente en nuestro vecino país del norte, ¿no están, unos y otros, queriendo ganarse la vida? Y, ¿no es precisamente el deseo de obtener sueldos más altos —es decir, más plata, contante y sonante— lo que lleva a las organizaciones sindicales a organizar huelgas para beneficiar a sus agremiados? ¿No han sido los empleados y trabajadores de Pemex —insignia inmarcesible de nuestra soberanía— los primerísimos en exigir, y obtener, las mejores condiciones laborales y los salarios más altos? ¿Cuándo fue que la aspiración de lucrar dejó de ser algo universal y se trasmutó en un designio reprobable sólo para algunos? Otras preguntas: ¿de dónde diablos salen los impuestos que recauda doña Hacienda? ¿Los recursos para financiar los programas sociales, crecen en los árboles? ¿No está dejando de recaudar el temible SAT algo así como cinco mil millones de pesos porque don López-Gatell tomó decisiones estrictamente económicas que, encima, no le tocan en su acotada condición de responsable sanitario y nada más? El problema morrocotudo que se nos viene encima es que el dinero se va a acabar, más temprano que tarde. Y no habrá ya para becas a jóvenes desempleados ni para asistencias a viejos desamparados ni para proseguir con los magnos proyectos —o no tan magnos porque, finalmente, se reducen a un tren, un aeropuerto de medio pelo y una refinería (Estados Unidos tiene 135 plantas de refinación, para darnos una idea de las cosas, así como American Airlines opera, u operaba antes de la crisis del coronavirus, 871 aviones, de los cuales 44 son Boeing 787 como el tan traído y llevado avión presidencial que intenta rematar el Gobierno de la 4T)— ni para repartir a los ciudadanos más pobres. Fuimos, en tiempos pasados, una suerte de potencia petrolera. Muy mal administrada, eso sí. Y, como la corporación paraestatal no debía rendir cuentas a una junta de accionistas sino que era administrada por politicastros corrompidos, buena parte de los recursos que hubieran debido servir para el desarrollo nacional y para la multiplicación de bienes públicos fueron criminalmente dilapidados. Pero algo quedaba, a pesar de todos los pesares. Pues ahora ya ni eso. Nos cuesta. O sea, que dejar que quiebren las empresas nos va a llevar al precipicio a todos. Así de simple. Y así de inquietante.

 

 

https://www.milenio.com/opinion/roman-revueltas-retes/politica-irremediable/que-quiebren-pues-y-los-impuestos