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Comentábamos el viernes que todo se acaba, pero que no sabemos ni cuándo ni cómo. Y enumeramos algunos elementos: la fatal fecha del fin de sexenio, la debilitada salud del Presidente, la ya ausente sanidad de las finanzas públicas, la agrietada coalición gobernante y las amenazas sobre el TMEC.

No mencionamos cosas que ya se han acabado, mitos que la realidad ha derribado. La frase de “primero los pobres”, por ejemplo, que tantos imaginaron como un compromiso de trasladar recursos a los menos favorecidos. No fue así, sino al contrario. La destrucción de los programas sociales y su sustitución por programas de reparto de efectivo le ha costado a los más pobres, y mucho, según sabemos por la ENIGH 2020. Una economía que no se recupera, es también a ellos a quienes más golpea. También sabemos que la pandemia fue más severa para personas de bajos ingresos, que no recibieron mejor atención. La tragedia del desabasto, como bien ha titulado su reciente libro Xavier Tello, deja sin atención médica adecuada a los más pobres, propiciando “la peor crisis de salud en México”.

Ha acabado también el mito de la honestidad. Desde hace casi 20 años sabemos que los más cercanos a López Obrador son corruptos (el caso proverbialmente conocido como ‘el señor de las ligas’). Esa imagen se refrendó con las denuncias por descontar un porcentaje de los salarios donde gobiernan para financiar a su partido. Delfina Gómez, secretaria de Educación Pública, es delincuente confesa. Durante la campaña de 2018, Morena creó un fideicomiso para los damnificados por el terremoto de 2017. Se lo robaron completo, y el INE lo denunció, pero el Tribunal evitó el castigo. Colaboradores, primos, hermanos y ahora hijos del Presidente han obtenido contratos, recaudado efectivo, utilizado influencias, a un grado mayor incluso al conocido en el sistema corrupto y corruptor del siglo 20 mexicano.

Pero López Obrador ofreció honestidad, y le creyeron. Aunque nadara en un mar de corrupción, él se decía honesto, porque su plumaje le impedía mancharse. Seguimos sin saber su situación financiera en los 12 años en que no tuvo empleo, pero recorrió dos veces el país entero. El dinero no le interesa, dice, pero su guardarropa mejoró notoriamente desde 2000, y su calidad de vida, en Palacio Nacional, no es paupérrima. Más importante aún, una persona capaz de emitir 70 mil afirmaciones inexactas, o francas mentiras, no puede erigirse en modelo de honestidad.

Su incapacidad de aceptar personas con preferencias diferentes, su desprecio por las mujeres (a quienes usa, pero no respeta), su rechazo a la ciencia y a la cultura, eran ya todos conocidos desde su tiempo en el Gobierno de la Ciudad de México, pero fueron ignorados incluso por activistas y representantes de todos estos grupos sociales y académicos, que en estos tres años han sido golpeados sin misericordia.

La imagen del líder honesto, preocupado por los pobres, defensor de lo mejor, ya no existe. La ha reemplazado el líder colérico pero ocurrente, farsante pero simpático, que ofrece dos horas diarias de carpa televisada que siguen embobando ingenuos, y explican la elevada, pero no extraordinaria, popularidad presidencial.

López Obrador es también el centro de un conglomerado de intereses turbios, resentimientos y apetitos, que se saben irrelevantes sin él. Lo sostendrán hasta la ignominia, incluso cuando ya no exista.

Pero ni la popularidad entre ingenuos ni los intereses de los abyectos han podido evitar la caída de los mitos. No era un mesías que salvaría a los pobres, sino un ignorante empecinado, cobijo de corruptos (y por eso corrupto él mismo), de visión limitada y corta.

Hay cosas que aún no se acaban, pero la ilusión, esa sí ya se acabó.

 

fuente:https://www.elfinanciero.com.mx/opinion/macario-schettino/2022/02/09/algo-ya-se-acabo/?outputType=amp&fbclid=IwAR2XuLH–sgpLQavPgtoh7pFQosN4C2irqHqzgSpn2laYknjUt3u7vDPPOk