La médula ósea es un tejido suave y esponjoso con muchos vasos sanguíneos localizados en el centro de la mayor parte de los huesos.
Existen dos tipos de médula ósea: amarilla y roja, la roja contiene células madre que se transforman en glóbulos rojos, blancos y plaquetas; mientras la amarilla, se compone de grasa y células madre que se convierten en cartílago, grasa o células óseas.
Las células sanguíneas comienzan como células madre y posteriormente se convierten en:
Plaquetas: que crean tapones que permiten detener el sangrado en la zona de una lesión.
Glóbulos rojos: llevan el oxígeno a los tejidos del cuerpo.
Glóbulos blancos: combaten las infecciones en el cuerpo. Se dividen en neutrófilos, macrófagos y linfocitos.
La función principal de la médula ósea es mantener un número normal de estos tres tipos de células, remplazando a las antiguas por nuevas células.
Entre las enfermedades que afectan a la médula ósea encontramos la anemia, leucemias, mielofibrosis, síndromes mielodisplásicos y linfomas.
La médula ósea se analiza a través de dos estudios principales: biopsia y aspirado de médula ósea, para observar las células y también componentes genéticos.
Aspirado de médula ósea: procedimiento que sirve para extraer la parte líquida de la médula ósea.
Biopsia de médula ósea: procedimiento por el cual se obtiene una pequeña muestra sólida de la médula ósea.
Ambos estudios se realizan de forma simultánea y normalmente la muestra se extrae del hueso pélvico, ubicado en la parte inferior de la espalda a un lado de la cadera.
Lo esencial para el diagnóstico es la biopsia de médula ósea, se toma una pequeña muestra de tejido óseo de 1 cm para enviar a un laboratorio de hematopatología, y a través de ella se identifica el grado de fibrosis al interior de la médula ósea.
El hematólogo es el encargado de realizar estos procedimientos para examinar las células. El patólogo será el especialista que interpretará los resultados para identificar alguna enfermedad como la mielofibrosis.