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Jorge Hidalgo Lugo

La crisis de credibilidad que ha provocado Andrés Manuel López Obrador por sus constates mentiras y la incontinencia verbal de que hace gala cada que tiene frente a sí un micrófono, las cámaras, el atril… tiene ahora en riesgo la existencia de las redes sociales, esas mismas que en su momento fueron por él calificadas como “benditas “ y ahora aborrece al punto de querer controlarlas como en Corea del Norte, Cuba o Venezuela, donde lo que menos importa es respetar libertades, no se diga aspirar a un régimen democrático como el que en México parece extinguirse.

Lejos de intentar un cambio de actitud y reconsiderar que no son las redes sociales el enemigo a vencer sino su proclividad a engatusar, a lanzar engañifas con qué mantener tranquilos a sus seguidores que cada vez disminuyen por darse cuenta del contumaz mentiroso que es, el huésped de Palacio Nacional intenta en lo que resta del predominio que aún mantienen en el Legislativo, “normar” el uso de las plataformas que hoy son una pesadilla auténtica por ser el vehículo masivo donde se exhiben precisamente los yerros y abusos que comete quien dijera iba a pasar a la historia por ser el “mejor Presidente de México”.

Hoy, está visto, es el peor mandatario que se ha tenido al frente del país y es un sitio que se ha ganado a pulso con sus lances y actitudes que no tienen mayor objetivo que destruir todo lo que encuentre a su paso para sentar finalmente la tiranía que tanto le obsesiona.

Temeroso como está que pierda los comicios de junio entrante por el despertar de ese tigre que él mismo invocara en el pasado reciente, a López Obrador le urge que todas las ocurrencias y atentados para acabar con el México de instituciones que se le entregó en diciembre de 2018, queden finiquitadas.

Y ahí va. Lo mismo con la absurda apuesta a generar energías obsoletas y entrar en litigios con inversionistas privados que busca afectar en su intento porque el redil de ovejas que pastorea en el Poder Legislativo, le aprueben de manera urgente la “iniciativa preferente” de reformas a la Ley de la Industria Eléctrica, con la que pretende entre otras cosas, “garantizar la confiabilidad y un sistema tarifario de precios, que únicamente serán actualizados en razón de la inflación”.

Según sus obsesivos planteamientos que respaldan la orden enviada a sus vasallos en Palacio de San Lázaro, “con la iniciativa se logrará terminar con la simulación de precios en un mercado que favorece la especulación, el dumping y los subsidios otorgados a participantes privados de la Comisión Federal de Electricidad, así como con años de saqueo y con el reconocimiento de los costos totales de generación, lo que permitirá una competencia en condiciones de equidad entre los participantes de mercado”.
Acusaciones de “corrutción y deshonestidá” que sólo le creen sus allegados pero nunca demostradas mucho menos sancionadas penalmente, son el parapeto para sus abusos de poder y sólo basta analizar lo que al respecto dijo la secretaria de Energía, Rocío Nahle, quien se limitó a decir que “la primera condición para despachar electricidad serán las hidroeléctricas de la CFE, posteriormente se despacharán todos los ciclos combinados de esa firma, después se despachará la energía eólica y solar, al final se permitirá despachar a las compañías privadas”.

Es decir, la apuesta por no utilizar energías limpias prevalece y no hay poder humano en este maltrecho territorio que lo haga entender y donde se acumulan muertos y enfermos por Covid-19 sin que ello le signifique mayor distracción. Lo suyo, lo suyos, es destruir el México de instituciones que le pusieron en la manos y hacer un país a su tiránico entender.

Todo eso sin quitar el dedo del renglón respecto a desaparecer organismos autónomos y todo ente que pueda obligarlo a transparentar y entregar cuentas claras de sus decisiones, para no verse obligado a recurrir al instrumento de su predilección para “encapsular” información como es hoy el caso de la presunta compra de vacunas, como antes lo hizo siendo jefe de Gobierno, con los contratos y recursos destinados a los segundos pisos, que hoy día son un misterio sin resolver.

Organismos de transparencia que le estorban para que no se indague y mucho menos sea público el injustificable retraso en la adquisición de los biológicos que hoy día son únicamente anzuelo propagandístico para captar clientela electoral, pero donde se encuentra atrapado en una telaraña de contradicciones, información engañosa y datos falsos que él y sus floreros mismos han tejido de manera pública y constante, que es de donde las redes sociales se han alimentado.

Su obsesión estriba por igual en que el “pueblo bueno y sabio” no sepa el destino de miles de millones de pesos que presuntamente quiere ahorrarse para no gastar en las vacunas a cambio de miles de muertos que día a día se acumulan y nutren la estadística macabra que con redes sociales o sin ellas, lleva ya como estigma el que sin duda se ha ganado a pulso ser, el peor gobierno en el peor momento.

La crisis de credibilidad en todo caso, es su confección y responsabilidad única, pero no debemos permitir que acuse a las redes sociales de generarla porque eso es la antesala de conculcar la libre expresión que tiene en la mira, para que nada estorbe en su paso depredador.

Nada que se interponga en el camino al autócrata que vive como rey en un palacio ostentoso a costa de engañar a millones de pobres que de su mano comen mendrugos para que lo exalten como el descerebrado alcalde de Culiacán, Jesús Estrada Ferreiro, quien busca congraciarse con el opresor ubicándolo en un mural junto a los héroes más grandes que esta patria ha dado, sin recato ni pudor alguno.

Todo sin descontar el insultante manejo que dan a la población adulta que sufre ansiedad y desesperación por no poderse inscribir en la plataforma prediseñada para hacer el listado de quienes serán objeto de vacunación y que con desparpajo y total importa madrismo, el impresentable Hugo López Gatell declaró que se les cayó el sistema “porque miles de consultas al sitio causaron estrés en la plataforma”.

Nada más, pero nada menos…

Vale…