El remedo de Rey Sol que vive en Palacio Nacional
Jorge Hidalgo Lugo
Hábil, como nadie, Andrés Manuel López Obrador tiró la enésima cortina de humo para intentar desviar la atención de la opinión pública ante el nuevo escándalo que involucra en actos de corrupción a familiares cercanos. Ahora fue la prima como antes el hermano, los hijos, la cuñada. Por eso no debe sorprender que se suba al cuadrilátero y se ponga los guantes para enfrascarse en un pleito desigual y pendenciero ahora en contra del Instituto Nacional Electoral.
Desde el patíbulo mañanero, López Obrador mantiene su estratagema de desvincular de cualquier sospecha delictiva y en automático, a quienes con elementos de prueba suficientes, debieran ser llamados a cuentas en su lucha contra la “corrutción”.
Canonjías que les otorga por el simple hecho de formar parte de su colección de floreros, incondicionales o más lamentable aún, formar parte de esa “bonita familia” a la que el tufo de “deshonestidá” los delata a kilómetros de distancia.
Enfrascado como está en la campaña con que busca mantener el predominio que hoy tiene para someter a sus caprichos personales a los poderes Legislativo y Judicial, al remedo de Rey Sol que habita en Palacio Nacional nada se le dificulta y pisotea las leyes con singular alegría, bajo la autoproclama de ser el único en este país con “calidá” moral para hacer lo justo aunque no sea legal.
Y así transita lanzando feroces tarascadas a los partidos de oposición que con la agilidad de un paquidermo, intentan ponerse de acuerdo en busca de lograr alianzas con qué contener el embate que fragua con miles de millones de pesos del erario federal, y con lo que pretende robar los comicios del año entrante para seguir adelante con su proyecto de nación, “su transformación” del país, como suele alardear.
Por eso le vino como anillo al dedo el llamado que hizo la Comisión de Quejas y Denuncias del Instituto Nacional Electoral (INE) que anunció impondría “medidas cautelares al Presidente de la República por el uso indebido de recursos públicos, promoción personalizada y llamado indebido al voto”.
Esto como respuesta a las múltiples quejas presentadas por los partidos de la Revolución Democrática y Acción Nacional, así como 12 diputados federales, que motivaron a los consejeros considerar ilegales “las expresiones del presidente, Andrés Manuel López Obrador, durante una gira de trabajo en Baja California, realizada del 27 al 29 de noviembre, así como durante la conferencia matutina del 30 de noviembre, donde se pronunció sobre una posible alianza entre el PRI y el PAN, e invitó a la ciudadanía a reflexionar su voto y a mantener el proyecto del gobierno en turno, lo que viola los artículos 41 y 134 de la Constitución Política”.
Ante tanta tibieza del árbitro electoral, el que se siente dueño del país y actúa con total abuso de poder, montó una enésima victimización y en el escenario que más le acomoda, en redes sociales y el circo mañanero, lanzó su tiránica respuesta: “Quedarme callado sería quitarme mi libertad”.
Y agregó que sería injusto que no pueda hablar de las alianzas electorales ni responder a los señalamientos que la oposición hace sobre su gobierno.
“Si me dicen que ya no debo decir nada aunque me estén atacando, nada más que lo fundamenten y ya entonces me quedaría callado aguantando los ataques”, afirmó para de inmediato agrandar su martirilogio: “pero considero que eso no es equitativo, que sería injusto, que sería quitarme mi libertad”.
Con este nuevo distractor, López Obrador no sólo ratificó su desprecio a las leyes que juró guardar y hacer guardar, además pasó por encima de su auto proclama de ser un demócrata y dejó en claro que va a continuar en campaña como ha sido siempre, como le gusta, sólo que ahora con dinero del erario federal, esos recursos públicos que tanto ofreció cuidar para bien del “pueblo bueno y sabio”.
No habrá órgano electoral que detenga su paso arbitrario y ensucie desde ahora las que podrían ser las últimas elecciones “democráticas” en un país que se hunde bajo la bota opresora de quien se siente dueño absoluto de todo lo que hay en México, incluyendo desde luego, sus habitantes.
Pero mientras todo esto sucede, los que buscan hacer alianza, esos partidos que tienen su última llamada y no lo terminan de ver, caminan lerdos, lastimosamente atemorizados en sus cúpulas, ya sea por la amenaza de ser perseguidos por el absolutista vía fiscal, vía judicial o con hostigamientos de otro tipo, para que terminen por no dar pelea en los comicios del año por venir.
Un ejemplo de lo absurdo en el proceder de PRI, PAN y PRD, es lo acontecido ya en Nuevo León y Sonora, donde se pretenden imponer los grupos predominantes, sin reparar que de nada les servirá ganar una gubernatura con un poder presidencial revanchista, insensible y dispuesto a dejar sin presupuesto para que se ahoguen ante sus gobernados y los reclamos los hagan vivir sexenios de auténtica pesadilla.
Otro botón de muestra es la intentona de madruguete que en Michoacán acaba de suceder con el dirigente nacional del PAN, Marko Cortés, al dar su bendición a favor de Carlos Herrera Tello por su calidad de “independiente”, pese que hasta hace semanas presumía su militancia en el PRD con presencia en asambleas y participación activa en las mismas.
Alguien a quien su pasado lo condena y desde la antigua Procuraduría General de la República le desempolvan un expediente que los adversarios guardan bajo el brazo para desacreditarlo cuando ya el daño aliancista esté hecho, si este proyecto llegara a prosperar.
Mientras tanto, seguiremos atentos a presenciar los desprecios a la Constitución y a las leyes que de ésta emanan por quien está resuelto a hacer el remix del Rey Sol, versión Macuspana, quien no sólo goza de la vida desde su “modesta” morada en Palacio Nacional, sino que mal imita al monarca francés del que aseguran historiadores lanzó el tópico político que hoy cobra vigencia en territorio mexicano:
“El Estado soy yo”…
Vale…