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Morelia, Michoacán, 14 de diciembre de 2021.- Finaliza otro año, buen momento para hablar de lo que poco se habla,  de la muerte y la vejez. 2021 año marcado por una  corrupción como no se veía desde épocas de Miguel Alemán, un nepotismo superior al del sexenio de López Portillo y una inseguridad que nos pone en el mismo nivel que un país en guerra como Siria o Yemen. Pero como eso no es suficiente castigo, también debemos soportar la criminal incompetencia de casi todas las instituciones, ya que el señor que cobra como presidente ha determinado que para desempeñar un puesto en la cuarta transformación solo se necesita 90% de honestidad  y  un 10% de experiencia. Así como suena.

A estas alturas del siglo XXI podemos afirmar que la perspectiva de la vejez está cambiando. Es algo demostrado que  las personas  cada vez tienen una esperanza de vida más elevada y que por lo general disfrutan de mejor salud. Ya se habla de  una «cuarta edad», refiriéndose  a aquellas personas que superan los 80 años con una razonable calidad de vida.

Este cambio en el concepto del envejecimiento no es gratis,  es el resultado de la evolución de varios factores; desarrollo socio-económico, mejor nutrición, mayor actividad física, mejores servicios médicos,  una mejor educación y  la prevención de enfermedades. Eso sí, la mejoría no es en todo el mundo;  el llamado “tercer mundo” aún se encuentra con serias limitaciones.

Hace aproximadamente medio siglo, la mayoría de la población mundial fallecían antes de alcanzar los 50 años de edad. Hoy en día, la gran mayoría sobrevive mucho más allá de los 65 años. Actualmente en Europa, el 13% de la población es mayor de 65 años, frente al escaso 4% a principios del Siglo XX.

Este aumento en el número de viejos traerá un gran desafío para el Estado, de entrada el problema mayor será sostener la calidad de vida y los servicios que demanda una población de ancianos; situación factible en varios países europeos, pero altamente improbable en México, donde el aspecto “calidad de vida” ha empeorado aceleradamente  en estos últimos años.

Una realidad, los cambios debidos a la edad son inevitables. Pero no solo son cambios biológicos, todo se modifica, desde nuestras casas que de un año a otro se han vuelto más grandes, más solas, hasta el simple hecho de  darnos cuenta de que muchos de nuestros familiares y amigos ya no están con nosotros. De buenas a primeras incluso el trabajo que nos agradaba ya no lo es tanto. Nos “cae el veinte”, ya estamos viejos.

Pero, ¿qué debemos entender por «envejecer»?, pues envejecer es la creciente incapacidad del cuerpo de una persona de mantenerse por sí solo y realizar las cosas que hacía antes.  Las teorías del envejecimiento, todas, se refieren a un proceso primario que implica cambios graduales e inevitables, relacionados con la edad, mismos que aparecen en todos los miembros de una especie.

Pero, ¿cuándo empezamos a envejecer? Resulta que a partir de los treinta años la masa ósea ya no aumenta. También a partir de cierta edad, el cerebro ya no tiene la misma plasticidad para aprender tanto. Envejecemos cuando la mayoría de nuestras funciones empiezan a menguar más que a crecer: tenemos menos neuronas, menos nefronas, menos fuerza muscular, etc. Pero eso sí, más experiencia, más recuerdos y algunos afortunados tienen más billetes.

La vejez no es una enfermedad, es un estado de graduales cambios degenerativos, de lento desgaste, pero no es una enfermedad ni tiene que forzosamente venir acompañada de dolores. Hay enfermedades propias de la vejez, lo mismo que hay enfermedades propias de la infancia; pero eso no quiere decir que la infancia sea una enfermedad, como tampoco es la vejez.

Distintas partes de la anatomía envejecen a ritmos diferentes; un ejemplo es el «arco senil» que aparece en los ojos de las personas viejas; generalmente tal cambio puede observarse por primera vez alrededor de los 80 años, pero en otras personas puede notarse a los 50. La vejez es resultado inevitable del deterioro orgánico y mental y tal deterioro se hace visible a mediados de la vida. De ahí en adelante, progresa a un ritmo acelerado.

Finalmente, de una manera inexorable, unos antes y otros después, viene la declinación general. El individuo acaba retrayéndose de las actividades; depende mucho de los que le rodean. Si las relaciones con otros son malas  el anciano busca el aislamiento y la soledad.  El temperamento puede tornarse agrio.

A la fecha no existe remedio para la vejez; y si alguien no desea llegar a viejo el único remedio disponible es morir joven. Nunca veremos una foto de Marilyn Monroe o James Dean de viejos; sus imágenes serán de jóvenes por siempre. ¿Que no deseamos padecer los achaques de la vejez?,  sencillo,  basta seguir el camino de «Sol» Roth (Edward G Robinson) en el distópico film «Cuando el destino nos alcance»; partiendo tranquilamente mientras escucha la música que siempre le agradó (Beethoven y Grieg) y observa bellas imágenes de un mundo que ya no existe.

Alejandro Vázquez Cárdenas