POR: Alberto Vieyra Gómez.
AMN.- Cuando el pequeño avión del ejército nazi en el que viajaba el segundo de a bordo de Adolfo Hitler, Rudolf Hess se desplomo en un milperío al llegar a Inglaterra, lo primero que el nazi exigió al papa Pío XII fue parar el Holocausto que Hitler llevaba a cabo masacrando a millones de judíos en Alemania y en las naciones vecinas. El papa no respondió absolutamente nada y desde entonces Hitler fue llamado el carnicero del Vaticano.
Se sabría entre aquellos horrores de la Segunda Guerra Mundial que el Vaticano y el papa estaban en el ajo porque la Santa Sede abrigaba un inusitado temor sobre la expansión de la religión judía en todo el mundo y además contaba con una inusitada riqueza judía.
Diariamente el ejército alemán apresaba a cientos de judíos prometiéndoles que sería llevados a alguna región donde estuvieran a salvo de la guerra, pero en realidad de lo que se trataba era de tomarlos prisioneros y embarcarlos por la noche en los trenes para ser trasladados a los campos de concentración y exterminio nazi. Antes de abordar el tren, los prisioneros deberían pasar primero a los dentistas para ser despojados de sus dentaduras o puentes postizos que en su mayoría era de oro puro y al salir deberían quitarse los zapatos y en cada estación se fueron convirtiendo en montañas de zapatos vacíos.
Allá por 1990, este átomo de la comunicación tuvo la fortuna de leer una enciclopedia sobre la Segunda Guerra Mundial, editada por Tiempo De Guerra Readers Digest Segunda Guerra Mundial en la que abundaban fotografías estremecedoras como las montañas de zapatos que figuraban en las estaciones del ferrocarril y que tiempo después serian quemadas por la temible policía Gestapo, como les ocurría a sus dueños. Tiempo después adquirí la segunda edición de dicha enciclopedia, pero grande seria mi sorpresa de que muchas fotografías que figuraban en la primera edición ya no figuraban en la segunda, como aquella foto que se tomó en Groenlandia a – 47° C en la que 15 soldados de infantería juntaban sus caballos para que sus cabalgadurías le proporcionaran un poco de calor, pero la mayoría de los inexpertos soldados murieron ante la silenciosa muerte que produce el congelamiento de nuestra sangre.
Ya a bordo de los trenes los prisioneros eran tratados como animales. En las heladas noches se habrían las ventanas de emergencia para que los presos recibieran todo el sereno para cuando llegaran a los campos de exterminio terminarán con neumonías, pulmonías y enfriamientos diversos que entraban primordialmente por los pies porque iban descalzos. Las cámaras de gases ya estaban listas para recibirlos y los hornos crematorios estaban a toda su capacidad para que en pocos minutos la mayoría de los judíos prisioneros terminarán convertidos en cenizas. Así Adolfo Hitler asesino a más de 7 y medio millones de judíos.
Esos horrores de la Segunda Guerra Mundial se han vuelto a ver, agolpándose en mi mente al conocer en México una historia estremecedora ocurrida en un campo de exterminio en el Estado de Jalisco, tema del cual le hablaré mañana.