• La 4T del ganso se convirtió en muerte, déficit, inseguridad y antidemocracia
Miguel A. Rocha Valencia
Bien dijo el ganso de Macuspana: “sin seguridad no habrá transformación”, sólo que ésta se interprete como retroceso en todos sentidos, especialmente inseguridad, caída en el bienestar y economía, con tal de implantar un sistema político donde las instituciones y los equilibrios de poder no existan y todo quede en las manos decisorias del machuchón de Palacio Nacional quien definirá lo que es bueno y malo para un pueblo agradecido.
Pueblo bueno que agradece ciegamente el dinero que le regala el gobierno a base de los impuestos a costa de la deuda y la inversión pública que le hace perder una de sus principales funciones que es la de estimular la inversión, generación de empleo, desarrollo y crecimiento.
Un pueblo que en las urnas dijo dispuesto a sacrificar libertades, soportar altos índices inflacionarios y la imposición de normas a las cuales deberá sujetarse y que conlleva soportar al crimen, carestía, pocas esperanzas de superación personal a pesar de alcanzar niveles escolares de licenciatura, pero lo peor, acostumbrarse a muchos años de un régimen que no va a soltar el poder, al menos no por la vía democrática.
Estamos ya en la ruta sin retorno, el manual del populista se aplica a pie juntillas: primero la Presidencia, luego, el congreso, debilitamiento de la oposición, le siguieron los empresarios, siguen los medios y al final, no habrá disidencia, salvo en las redes que para el caudillo, fueron benditas y podrían tornarse malditas al ser el último reducto de insurgencia y resistencia de la libertad de expresión.
La suerte para los próximos años está definida, la hegemonía de un régimen autoritario, sin necesidad de conciliar con la oposición política, la cooptación de medios de comunicación escritos y electrónicos, empresarios a modo a los que se reparten migajas y el conformismo de una sociedad que ve cómo su voluntad la interpreta el poderoso incluso a través de nuevas leyes e instituciones colonizadas.
No importa si la realidad nos dice que en la etapa de la transformación, los muertos se acumulan por decenas de miles no sólo por los 195 mil asesinatos del actual régimen y su complicidad con el crimen organizado o si no alcanza para atender a nuestros enfermos o adquirir medicamentos.
Tampoco es trascendente que si por un lado gracias a los casi cuatro billones de pesos regalados en el sexenio salieron de la pobreza extrema cinco millones de mexicanos, casi nueve millones más cayeron en la miseria laboral porque a pesar de tener salarios y empleo, no les alcanza para adquirir la canasta básica, donde deben incluir su atención médica y compra de fármacos.
NI siquiera importa si se respeta o no la expresión de las urnas electorales, se vale el agandalle del dueño del poder ante una sociedad a la que le vale madre que con ello, se nos suma en una tiranía donde la Ley será del gobierno y la justicia será impartida discrecionalmente desde el trono presidencial donde se decidirá quién es corrupto o culpable.
¿Para qué servirá entonces un poder Judicial politizado o colonizado si está al servicio de quien manda? Será para justificar confiscaciones, aprehensiones, acciones autoritarias de gobierno incluyendo despojos y desde luego otorgar justicia y gracia a los amigos sin importar sus pecados y aplicar justicia simple a los críticos, detractores o simplemente a quien decida el mandamás.
Lo peor de todo es que ya no al regreso, la 4T llegó para quedarse una larga temporada en el poder, hasta que el pueblo bueno resienta los efectos de su decisión, porque tarde o temprano no habrá de dónde sacar dinero, pero si con las reformas al marco legal los extranjeros lo piensan dos veces antes de invertir. Los nacionales como Carso, ya aprendieron, no arriesgan, viven de los recursos públicos como sucede con el Tren Maya o el Metro.
Y quienes más van a resentirlo, serán los más humildes, a quienes ya no les alcanza ni con la dádiva gubernamental para sobrevivir, pero es dinero gratis, piensan, aunque a la larga paguen con la pérdida de servicios públicos y de esas libertades que hoy no aquilatan, pero son muy caras pues requieren de mucho esfuerzo, trabajo y deseos de superación.
Los afectos se ven no sólo en seguridad, salud o educación pública, se notan en el déficit, en la precarización de los empleos, la inseguridad creciente que incluso se convierte en normalidad de la vida cotidiana como en Guerrero, Oaxaca, Sonora, Guanajuato, Colima, Nayarit o Chiapas donde la “vida no vale nada”.
Los efectos se notan en los éxodos masivos de comunidades que se niegan a vivir bajo el yugo de la criminalidad, la desaparición de escuelas, de clínicas médicas o la ausencia de oportunidades de empleo.
Así nos vamos al siguiente sexenio donde las cosas no pintan bien y sólo un milagro evitará una mayor caída en todos los parámetros socio-económicos que conocemos especialmente por la creciente deuda, la inseguridad, deficiente educación y como si fuera anuncio de una premier, la pronta colonización o sometimiento de las instituciones de justicia y electorales.
Ante todo ello sólo queda una frase vieja y ajada ¡Gracias señor presidente!