Lucen tan lejanos aquellos días en los que Hollywood se rendía a los pies de Woody Allen. En su momento fue reconocido con cuatro premios Oscar (el más reciente en 2014 por Blue Jasmine), a pesar de que nunca se tomó la molestia de asistir a las ceremonias en donde fue nominado como guionista o director. Ahora, en su exilio europeo, lejos de la industria y repudiado por las grandes luminarias estadounidenses, el neoyorquino de 86 años busca mantener a flote su otrora brillante producción cinematográfica.
Recordemos que su anterior película, Un día lluvioso en Nueva York (A rainy day in New York, 2019), fue prácticamente vetada de las salas estadounidenses y por si fuera poco, en medio del escándalo, los principales actores renegaron del cineasta. Ante un entorno tan poco prometedor en Norteamérica, Allen volvió a Europa para rodar Rifkin’s festival (2020), una pequeña película que se desarrolla en el marco del Festival de Cine de San Sebastián.
Alejado de los reflectores, Allen logró reunir a un grupo multinacional de actores en el que sobresalen el francés Louis Garrel y la española Elena Anaya, quienes en cierta forma, terminan robando protagonismo al personaje principal. Quien hace de álter ego en esta ocasión es Wallace Shawn, un veterano actor de reparto quien ya había trabajado anteriormente con el cineasta.
Contada a modo de charla con el psicoanalista, nos presentan a Mort Rikfin, un profesor de cine neoyorquino, amante de los grandes clásicos europeos, que recuerda cómo su mundo dio un giro cuando acompañó a su esposa, una publicista de medios cinematográficos, al Festival de San Sebastián. Mientras su esposa es seducida por un joven y pretencioso director de cine, Rifkin encuentra consuelo en una bella cardióloga que vive atada a las relaciones destructivas.
Hasta aquí encontramos los típicos elementos del cine de Woody Allen: un protagonista ingenioso y fatalista, que incapaz de retener a su pareja, se siente atraído por mujeres mucho más jóvenes. Pero además, la búsqueda de respuestas a sus dudas existenciales, así como su engañosa pretensión de escribir una obra maestra a la altura de Dostoyevski, han convertido a Rifkin en un marginado social.
La respuesta, como a veces sugieren los aficionados al psicoanálisis, está en los sueños. Rifkin, recrea en sus ensoñaciones las obras de cineastas de antaño: Truffaut, Bergman, Buñuel, Godard, Lelouch, Welles y Fellini. En riguroso blanco y negro, el viejo Rifkin mezcla los grandes clásicos con escenas de su pasado: desde su infancia, cuando se entera del suicidio de una tía que no encontró el sentido de la vida, pasando por reuniones familiares en donde resiente el rechazo de la mujer que terminaría casándose con su hermano. También tienen lugar sus más recientes deseos, como el encuentro de su esposa con la joven mujer que ocupa momentáneamente su interés. Al final, Rikin comienza a vislumbrar la solución a su incertidumbre, aunque con la dosis trágica que tradicionalmente aqueja a los protagonistas de toda película de Allen.
Sin embargo, ante la falta de novedad en la propuesta, la historia de enredos amorosos y las cuitas existenciales de un septuagenario, pasan a segundo plano, y en su lugar, emerge como protagonista el cine, entendido como el cine que ha inspirado a Woody Allen a lo largo de su carrera y que tan lejos está del que promueve actualmente la maquinaria hollywoodense, esa misma que ahora lo rechaza (con justa razón o no, cada quien tendrá una postura después de informarse).
FUENTE:https://www.atiempo.mx/destacadas/cartelera-retrospectiva-rifkins-festival/